martes, 28 de octubre de 2008

Pequeño relato

A cara de perro


A cara de perro midieron sus cuerpos, tomaron distancia, marcaron los límites del territorio que a cada uno le correspondía. A cara de perro tomaron los recaudos necesarios, se provisionaron de lo imprescindible y ocultaron todo lo que el otro pudiera observar. A cara de perro escucharon los sonidos que el viento traía desde lejos, los olores que la brisa transportaba, desdibujando el paisaje llano en una mancha vizcosa que parecía multiplicarse en capas superpuestas.
El sol hacía su trabajo al medio día y a cara de perro no dejaban de sacarse los ojos de encima, los cuerpos rígidos, las manos inquietas y alertas.
Parecía un duelo que tensaba el aire que atravesaba la distancia entre ellos dos. Nadie, salvo uno, podía palpar esa densidad, esa pesada quietud de los segundos que corren lentamente entre un tic y un tac.
A cara de perro se pararon uno frente al otro, acortando las distancias con cada gota de sudor que caía de sus mejillas, acercándose pausadamente, casi imperceptíblemente en cada palpitar.
El mar del tiempo agitaba sus costas.
Dentro de cada uno subia y baja la marea de la adrenalina; con cada bocanada de aire que entraba en sus cuerpos el mundo se deshacía en miles de partículas de monóxido de carbono.
El silencio estremecía los oídos que pugnaban por asirse a un mínimo murmullo. Todo era silencio.
Ambos permanecían inmóviles, a cara de perro, aguantando el parpadéo para no quitar ni un segundo los ojos sobre los del otro.
A cara de perro continauron toda la tarde, toda la noche, toda la vida.
Nadie supo cuándo ni cómo, pero nada sucedió a esa impostura de la postura más abyecta. Tanto que si no fuera por este que lo cuenta, nadie los hubiera visto. Nadie se hubiera percatado. Sin embargo, continúan ahí, parados, fijos, estáticos, inquietamente quietos. A cara de perro. Recortados.

sábado, 4 de octubre de 2008