viernes, 25 de abril de 2008

La evolución ciclópea de la bicicleta (II)


Continuación


Antiguamente había tratado de establecer los records en las pruebas olímpicas de velocidad y larga distancia pero siempre cayó en la cruda realidad de que jamás podría ganarle a un corcel, salvo que éste estuviera atado por los pies y quedara así inmovilizado.

Siglos de carrera forzada, trotar y correr largas distancias entre batalla y batalla, el hombre adquirió un secreto placer por recorrer y observar el paisaje, admirar el espectáculo de la naturaleza en todo su esplendor y poseer todo aquello que sus ojos abarcaban.

Portando escudos, espadas y lanzas, los griegos, atletas consumados, dieron pruebas de la resistencia humana. Basta recordar la excursión de Alejandro Magno por toda Asia menor hasta las puertas de China con su ejercito de bravos apolos y expertos luchadores. Musculosos varones que quemaban el pasto donde pisaban de tan rojos que tenían sus pies trotamundos.

La mitología griega cuenta las hazañas de Hermes, la divinidad de los pies alados, que se reflejaban en los esforzados correos humanos que atravesaban la geografía árida y escarpada de Grecia para luego recibir como premio de los mensajes que llevaban la muerte o la alabanza, según la noticia.

A pesar de las derrotas que la realidad le impuso al atrevimiento del hombre por superar sus loímites físicos, la insistencia y la tozudéz fueron y son características innatas de la condición humana. Llevó siglos de ensayo hasta que en diferentes ámbitos se comenzaron a vislumbrar los avances tecnológicos que permitirían romper las barreras de la naturaleza.

martes, 1 de abril de 2008

La evolución ciclópea de la bicicleta (I)


Del origen de la motivación primigenia


Desde tiempo inmemorial, el hombre se vale de sus pies para andar y rodar en la tierra.
Luego, dando rienda suelta a su pericia, tomó sobre sus brazos cuanto animal andaba suelto por ahí y trató de desplazarse en él. La experiencia se basó un ciento por ciento en la prueba del ensayo y error. Así montó lagartos, avestruces, hienas, cervatillos, hipopótamos, elefantes, monos, cebras, chanchos, caballos, perros y gatos. No hace falta redundar en los fracasos, que fueron muchos, pero de tanta experimentación adquirió, el hombre, la destreza de dominar a la naturaleza salvaje de los animales y sacó provecho de cada una de las especies que confrontó.
Pensar que todo fue fruto de la intención vanal de descansar en vez de gastar energías en el traslado de sus tribus.
Por aquellos años era habitual ver largas caravanas de hombres y mujeres desplazarse por los territorios selváticos, sábanas y llanuras, en busca de un hogar transitable. Siempre nómade, el impulso motor de semejante travesìa era la búsqueda de alimentos, abrigo y cuanto fuera necesario para subsistir.
El caballo y su relación con perros y gatos fue el saldo positivo de la experimentación y juntos recorrieron un largo camino de milenios hasta el momento en que ya no vastó la ayuda animal y el bichito de la curiosidad picó e hizo centro en la vanidad de moverse más rápido que cualquier animal, sin ayuda de estos.



Este texto pertene a un proyecto de libro inspirado en la inquietud

del artista mercedino Octimio Landi. Uno de sus últimos proyectos

era el abordaje del tema bicicleta, a raíz de una bicicleta que poseía

de uno de sus hermanos, la cual intentó restaurar y exhibir en el

predio del circuito ciclístico de Mercedes B.

A la memoria de semejante ser creativo están destinados estos textos

que tomaron el desafío levantado por el artista antes de su muerte.

Octavio Fiorelli