martes, 19 de febrero de 2008

Sobre el prosaico saber de las rimas

De Quevedo a Góngora, de Elliot a Whitman, de Borges a Gelman





La rima se presenta - ba, como la regla ineludible en la poesía clásica. La métrica, la cantidad de sílabas que componen el verso, era la marca de origen, el quantum clasificable.

Con las vanguardias ese orden se quebró y la poesía goza de una libertad inigualable. Despojada de la preocupación por la sonoridad, la búsqueda de sinónimos con terminaciones combinables, la puntillosa marcación de la métrica, la poesía se atreve a romper hasta con su propia esencia.
Los poetas contemporáneos no fijan las prioridades en la forma del poema sino en la originalidad, la espontaneidad, la traslación sin mediaciones entre sus pensamientos-sensaciones-vivencias y las palabras que brotan como agua de manantial.
No existe una preocupación mayor por la rima. Hoy, gran cantidad de poetas y de poesía se arrojan a la vista de los lectores - si es que quedan algunos con vida para la poesía - sin escrúpulos ni medias tintas; sin importar siquiera si serán entendidos, asimilados, leidos o escuchados.
Como un capricho, cuasi una rebeldía contenida, los versos han caducado; se han retirado hacia la morada del recuerdo, de lo pasado de moda, de lo out.
Escribir poesía es un delirio de condenados al fracaso. La más obtusa provocación contra el régimen establecido de la novela. El poeta es un kamikase que se encomienda al cielo de los excesos y arremete contra todo lo establecido. Por que piensa que no existe otra posibilidad de ser vivida. Por que no cabe más que saltar al vacío para no caer. No arrodillarse ante las bendiciones de la moda, del mercado, del consumo, del embrutecimiento adosado con gotas de adulaciones cuidadosamente estudiadas para incentivar la dependencia al sistema.
La poesía goza de buena salud, aunque a muchos les pece; aunque la rima esté en desuso; aunque la prosa se expanda por sobre la métrica.

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